LA CÁSCARA AMARGA

Existe un pequeño placer en reconocer los lugares de una historia. Nos pasa cuando vemos una película, y también cuando leemos un libro cuya historia se ubica en un lugar que a uno le es conocido. La cáscara amarga es una historia de Santoña, lugar al que me encuentro arraigada cada día un poquito más, así que he disfrutado del placer de reconocer Berria, el pasaje, Cicero, los puentes, San Antonio,…

Es la historia de Emilia, la de las conservas, famosa por sus anchoas, presentes hasta en los supermercados. Antes de leerlo, me imaginaba la historia de una mujer que había luchado contra viento y marea para alzar este pequeño imperio de la anchoa, surgido en un pueblo pequeño como es el suyo. Después de leerlo, veo que es la historia de una niña, despegada de su madre por injusticias de la vida y de la Historia.

A veces resulta lacrimógeno, parece que se regodea en el sufrimiento, algo extraño si piensas que la gente de este puerto es ruda, directa, agresiva, gente de acción, … Pensé durante muchas páginas que aquello no encajaba con la forma de ser de las gentes de allí, que trato a diario desde hace algunos años. Sin embargo, la historia se las trae: la desdicha crece a medida que pasan los días, la pobreza, la posguerra, el encarcelamiento de la madre, el abandono de la criatura, la muerte inevitable de dos de sus hermanos, el ninguneo de los que podían tender la mano,… Y al final entendí que es sólo la historia de una infancia, de la niña que pudo salvarse porque a fin de cuentas volvió a casa, con la Chila, con su madre.

En definitiva, lectura agridulce, amarga como la cáscara del título, para una madre que prefiere no tomar consciencia de lo importante que es su papel en la infancia de sus niños por el miedo que le da la remota posibilidad de cagarla, aunque sea lo último que quiera.

 

Un pensamiento en “LA CÁSCARA AMARGA

  1. Sobre la importancia de la infancia y el empeño de los niños por sobrevivir, leí hace unos días este artículo de Elvira Lindo, que recomiendo:
    http://elpais.com/elpais/2015/02/19/opinion/1424345268_445133.html

    «… Yo colecciono infancias, ese momento de la vida en el que cualquiera, desde el tierno de corazón hasta el que habrá de convertirse en un repugnante asesino, tiene derecho al perdón. No sé si la infancia explica el futuro, pero los psicólogos afirman que las vivencias de los seis primeros años condicionan la capacidad de sobreponerse a la desgracia o de encararla y convertirla en jugosa experiencia…»

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